Consuelo (Las manos de Andrea) es una obra que nace de las entrañas de la memoria. La pieza consiste en un dibujo a carbón sobre una enorme alfombra de área. En la imagen vemos el rostro y el cuerpo casi alado, de una mujer vestida de blanco con las manos sobre su vientre. Esa mujer de mirada dulce y sonrisa de ancestral sabiduría, es Consuelo, la hermana mayor de Antonio Martorell. El artista quiso rendirle homenaje póstumo con este retrato que trabajó en el año 2019, poco tiempo después que ella falleciera. En ese momento, crear fue parte de su duelo por Consuelo.
Martorell recuerda cariñosamente a Consuelo siempre encinta y no es de extrañar, pues según explica, su hermana dio a luz a 8 criaturas. Cuenta el artista que por ser su hermana mayor, también “se creía Madre mía,” recuerda embromando. El rostro de Consuelo, Martorell lo dibuja desde su subconsciente, allí donde la mente se place en revolcarse entre el presente, el pasado, entre lo posible y lo imposible. Por tanto, no utilizó fotos que se la recordaran. En ese acto sublime de recordar, Martorell la visualiza con las manos sobre el vientre; pose protectora muy común entre madres expectantes.
En el retrato, el vientre en gestación está representado por el diseño de un óvalo ya presente en la alfombra, forma que el artista aprovechó hábilmente. En ese óvalo, se posan unas manos como punto focal de la imagen. Ese óvalo, ese vientre, esas manos son alegorías de la vida y también quizá de los misterios de la muerte. Consuelo sale de la oscuridad como un espejismo o una aparición con una cualidad simbólica de santidad; ese tipo de santidad que, de alguna y varias maneras, puede ofrecer la maternidad en modo de amor y entrega incondicional.
El cuerpo, la escala y las manos no son directamente de Consuelo, son de mi prima Andrea Ruiz Costas. Esa joven mujer, hija y también hermana, a quien le arrebataran la vida 2 años después de posar para esta obra. La idea de Martorell era conseguir unas manos que representaran las manos de su hermana. El buscaba unas manos bonitas como las que recordaba de Consuelo, y a su Taller de la Playa le llevaron a Andrea. Martorell la observó, se fijó detenidamente en sus manos de proporciones ideales, de- dos largos, manos carnosas pero esbeltas, suaves como para dulces caricias al tiem- po que hábiles y de apariencia saludable. Así fue como Martorell consiguió las manos para el retrato de Consuelo y, como todos quienes conocimos a Andrea, Martorell da testimonio de su alegría de vivir, de su humor, su candidez: sus manos eran todo lo que buscaba y más.
Allí en el Taller, con Andrea de modelo, Martorell la vistió entre mantas blancas, le colocaron un almohadón en la cintura para que posara sus manos como simulando un vientre ocupado por una criatura. Andrea se lo gozó todo! Fue un simulacro de estar en un embarazo avanzado. Andrea nunca llegó a ser Madre pero sí fue una tía amorosa y encantadora. Andrea era libre, amaba con pasión, valoraba las buenas amistades y más aún a su familia. No llegó a tener hijos o hijas como Consuelo. De hecho, no era un rol que contemplara como prioridad en su vida. Por lo menos así fue, hasta que a los 35 años de edad, le arrebataran toda posibilidad.
Esas manos con las que agenció toda su vida como mujer independiente, quedaron inmortalizadas en esta obra de Antonio Martorell. Consuelo (Las manos de Andrea) es sin duda, una alabanza a sus manos—a lo Juan Antonio Corretjer—porque de ellas construiremos una nueva era en la justicia para las mujeres puertorriqueñas. La pieza empezó como duelo por Consuelo, pero ahora es también Andrea, y Andrea se ha convertido a su vez en la imagen de muchas mujeres que claman por justicia, levantan su voz y luchan por esa libertad que ven atropellada. Andrea es la imagen de una mu- jer vulnerable pero con la fuerza titánica de clamar por su integridad de frente, libre y sin miedo.
El retrato resulta entonces en una mujer multiplicada. Consuelo (Las manos de Andrea) es una multiplicación de duelos, de almas, de sombras, de luces y de espejismos que trascienden de la oscuridad a la luz y al revés, de la luz a la oscuridad. Es un viaje de memorias inquebrantables y de esperanzas futuras que se diluyen entre la vida y la muerte.
Andrea, por ti y por todas las que estamos y las que ya no están, seguiremos luchando por la transparencia en los procesos que rigen nuestro sistema de justicia, por una ed- ucación de equidad y respeto. Hay mucho por hacer y tu voz no será acallada otra vez. Tu voz resuena hoy como no se escuchó antes. Hoy tu voz tiene eco. Se multiplicó también. Gracias Andrea. Gracias Consuelo. Gracias Maestro Martorell.
**Texto leído en el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico en ocasión de la develación del cuadro Consuelo (Las manos de Andrea) de Antonio Martorell