Irvin García
Los primeros dos golpes de esta clave los otorgo con mucho respeto y admiración a la figura del compositor puertorriqueño Roy Brown. El primero tiene que ver con la construcción de la historiografía del Movimiento de la Nueva Canción Puertorriqueña. Cuando llegue el momento de reconocer la paternidad de este Movimiento, sin duda alguna, el proceso histórico le otorgará esa paternidad a Roy Brown. No me refiero aquí al nacimiento de la Nueva Canción en el día en que Roy agarró su guitarra y compuso su primera canción. La historiografía no podemos construirla a base de fechas y hechos aislados en el vacío. La historiografía de la Nueva Canción hay que verla como un proceso donde se revuelcan las ideas, propuestas y visiones de una generación impactada por las corrientes políticas, sociales y culturales de una época. De ese remolino de fuerzas surgen expresiones artísticas y prácticas musicales que responden a la necesidad de plantearse la vida y el mundo de otra forma. De ahí nace el Movimiento de la Nueva Canción. De ahí surge la figura de Roy Brown entre otras tantas que dio la fertilidad de esos tiempos.
El segundo golpe de esta clave tiene que ver con el establecimiento de una marca a nivel mundial. A Roy Brown tenemos que otorgarle la marca del compositor que hace las canciones más largas del mundo, en la clasificación masculina. En la clasificación femenina la marca la ostenta la compositora Zoraida Santiago, pero esto es harina de otro costal para reflexionar en serio. La evidencia más antigua con que me he topado de una presentación de Roy Brown la descubrí en una revista de coleccionistas de música donde Enrique Ayoroa Santaliz publicó algunas páginas de la carpeta que le habían confeccionado las agencias represivas del país. En dicha página, fechada en la segunda mitad de los años 60 (S. XX), el Míster con Macana que la firmaba anotó que, en la plaza de tal pueblo, se había llevado a cabo una actividad independentista, que en ella habían hablado tales y tales figuras y que, al final, había cantado con su guitarra un muchachito llamado Roy Brown.
Con este dato comienzo el primer golpe de tres de la clave establecida arriba, Roy en terreno isleño. Veinte años antes del segundo lustro de los 60, Daniel Santos, Pedro Ortiz Dávila, “Davilita”, acompañado en ocasiones con la segunda voz de Felipe Rodríguez, habían plantado la bandera de la Canción Protesta, la cual fue usada luego para amordazarlos junto a las otras voces que defendían la puertorriqueñidad. Roy retoma esa bandera, conformada por un puñado de canciones en Yo Protesto. Pero el proceso una vez puesto en marcha no se detiene, exige y demanda una expresión, un imaginario musical y poético arraigado en los valores que nos distinguen como puertorriqueños.
Entonces pasamos de la Canción Protesta a la Nueva Canción. Aquí, de nuevo Roy Brown sienta una pauta. Su musicalización de varios poemas del Poeta Nacional Juan Antonio Corretjer marca un derrotero en el que, por dos generaciones, cientos de miles de puertorriqueños se han visto reflejados en sus huellas. Canciones como Oubao Moin, En la vida todo es ir y Boricua en la Luna, basadas en poemas de Corretjer, han sido utilizadas por casi 40 años, extraoficialmente, en el sistema educativo del país para celebrar la puertorriqueñidad, graduaciones y eventos escolares en todos los niveles del sistema. Probablemente, si Roy Brown no hubiera musicalizado a Corretjer, nunca hubiéramos valorado la figura de nuestro poeta nacional. A Corretjer le siguieron otros poetas en la guitarra del cantautor y, como quien se expone a las corrientes del río aprende a nadar, Roy Brown se dio a la tarea de dibujar los trazos de aquello que nos empeñábamos en llamar Nueva Canción. Sus canciones nunca llegaron al “hit parade”, sus grabaciones no penetraron los medios masivos de comunicación, pero sus discos los teníamos miles de puertorriqueños en la Isla y en el exterior.
Segundo golpe de tres: Roy en Nueva York Como ya lo habían hecho antes miles de boricuas, Roy se fue a Nueva York, ciudad donde el negrito bonito le había dicho que todo era mejor. Allí nace la propuesta de Aires Bucaneros, cuyos aires no sólo soplaron en Nueva York, sino también en el lar criollo. Zoraida Santiago, Karl Royce, Pablo Nieves y Roy Brown conformaron esta magnífica propuesta. El cantor ya no estaba solo. El trabajo en grupo aportaba a sus canciones una dimensión que antes no poseía. El dúo Santiago-Brown funcionaba como pregón de tiempos nuevos. En estos días en que la televisión puertorriqueña presentó un especial basado en la poesía de Luis Palés Matos es que podemos apreciar la maestría con que Roy y Aires Bucaneros manejaron aquello de Oh ‘e nenéee. Nueva York le produce a Roy un reconocimiento como compositor en la industria musical latina cuando la disquera Fania le toma prestado su canción Encántigo para ponerla en las voces de Celia Cruz y Pete “el Conde” Rodríguez. La canción comienza a viajar en los aviones con que Celia y Pete aterrizaban en las plazas salseras de la América Latina.
En esta etapa, como el guerrillero que conoce su arma, Roy estudia y domina la guitarra, cumple su función como cantor en la comunidad en que vive y se da a conocer en el círculo de sus pares norteamericanos dedicados a la misma misión. Comienza a rondar la guagua aérea por las ventanas del piso 23 en el bajo Manhattan. La Isla le llama, le reclama y, como todo boricua que se va a Nueva York pensando en volver, Roy sigue la tradición y regresa. Aquí doy el tercer golpe para cerrar el compás de la clave.
Cargada la guitarra de manos maestras y con el dominio del oficio de cantautor, Roy Brown regresa a la Isla y sale a caminar por sus plazas y festivales en encuentros y desencuentros con la gama de prácticas musicales que se dan aquí. Incorpora a su grupo de trabajo al extraordinario músico Nicky Aponte y, junto a otros músicos, impactan el ambiente musical de la Isla con una propuesta musical de envergadura. Luego se incorpora el talentoso Rucco Gandía y el trabajo de Roy no para de evolucionar, se mueve con el tiempo hasta llegar a nuestros días con el proyecto titulado Electrochócame, esta vez con Tato Santiago y su genio musical. En esta ocasión, la música, llena de contrastes sonoros, compara con la calidad de las letras de las canciones. A estas alturas, cuando Roy no tiene nada que probar, nos prueba que puede cantar inspiraciones de sus colegas, que puede interpretar más allá de cantar las notas exactas de una letra claramente entendible. Nos prueba que sigue buscando las respuestas a las preguntas existenciales que se hace cada generación. Nos prueba que ser consistente da trabajo en un principio pero después se convierte en segunda naturaleza, en modo de vida. Nos prueba que puede tomar unas palabras compartidas con un hombre que le hace frente a la muerte y hacer una canción llena de vida, como lo es Canción nómada, hecha para Tony Croatto.
El espacio no me rinde para demostrarle a usted cómo las canciones crecen cuando son interpretadas por distintos cantantes y grupos. La canción de un Pillo buenagente se convirtió en un éxito en Colombia en la voz de Andy Montañez, el cual se vio obligado a incluirla en su repertorio. Me sospecho que algo similar sucederá con Electrochócame, pero esta vez por el mérito propio de sus componentes. Aquí convergen las corrientes musicales contemporáneas en un sonido único y original. Así como a los padres nos llega el momento de aprender de los hijos e interpretar sus enseñanzas con sabiduría y madurez, así se presenta la propuesta de Roy y Tato en Electrochócame. Monón quedó electrochokiao, y yo también.
Publicado en CLARIDAD
Oye como va